jueves, 25 de enero de 2007

Boletín 4

EPÍSTOLA A LOS TRANSEÚNTES
(Cesar Vallejo, 1892-1937)

REANUDO mi día de conejo
mi noche de elefante en descanso.

Y, entre mi, digo:
ésta es mi inmensidad en bruto, a cántaros
éste es mi grato peso,
que me buscará abajo para pájaro
éste es mi brazo
que por su cuenta rehusó ser ala,
éstas son mis sagradas escrituras,
éstos mis alarmados campeñones.

Lúgubre isla me alumbrará continental,
mientras el capitolio se apoye en mi íntimo derrumbe
y la asamblea en lanzas clausure mi desfile.

Pero cuando yo muera
de vida y no de tiempo,
cuando lleguen a dos mis dos maletas,
éste ha de ser mi estómago en que cupo mi lámpara en pedazos,
ésta aquella cabeza que expió los tormentos del círculo en mis pasos,
éstos esos gusanos que el corazón contó por unidades,
éste ha de ser mi cuerpo solidario
por el que vela el alma individual; éste ha de ser
mi hombligo en que maté mis piojos natos,
ésta mi cosa cosa, mi cosa tremebunda.

En tanto, convulsiva, ásperamente
convalece mi freno,
sufriendo como sufro del lenguaje directo del león;
y, puesto que he existido entre dos potestades de ladrillo,
convalesco yo mismo, sonriendo de mis labios.



¿Vale la pena aventurarse?

Sí, vale la pena; eran las diez de la noche y aún no había decidido donde iba a esperar el año venidero; la propuesta, un viaje, ¿Adónde ir? Días antes de la víspera no pude ver nada sobre el viaje ya que la correría de fin de año me mantuvo muy ocupado, pero estaba seguro de que iría a algún lugar, quería salir de la metrópoli para descansar un poco, tal vez caminar un poco bajo el sol, en la arena y apreciar los bellos paisajes paradisíacos de la costa brasileña me descansarían, pero, ¿A dónde ir? Decidí invitar a un viejo amigo a este viaje sin rumbo.

Salí casi a la medianoche rumbo al Terminal de Autobuses sin un destino determinado, una aventura sería lo mejor para salir de la monotonía del ajetreo cotidiano.

–Autobús con destino a Ubatuba con horario de embarque para las doce y media de la noche.

No había nada mejor que esta alternativa, ya conocía este pequeño y exuberante balneario, valía la pena volver allá.

Compramos los pasajes y esperamos en la sala de embarque hasta que el autobús llegó. En el autobús y sin sueño, lo primero en que pensé fue en empezar a leer el libro que había comprado días atrás. El camino se hizo corto gracias a la lectura y al poco tránsito por el horario. Llegamos a la ciudad muy temprano, mejor dicho de madrugada, encontré un lugar para comer un pan con mantequilla y tomar una taza de chocolate, era lo suficiente para empezar el día.

Ahora venía lo mejor, o peor, buscar un lugar para pasar los siguientes días, todo debía estar lleno por ser época de veraneo y vísperas de Año Nuevo.

Anduvimos mucho, preguntamos hasta el cansancio y nada favorable aparecía, el cansancio de la noche de viaje empezaba a notarse en mis ojos y en mis pasos lentos y cansados. Mientras hacía un último intento, tocando la puerta de una señora, mi amigo me llamó porque había encontrado una posada, si eso se puede llamar una posada, un lugar sencillo, sencillísimo, diría yo, pero que al menos nos permitiría pasar los días de descanso programados, bañarse y tener un lugar para la corta estadía en la ciudad, por lo menos, era mejor que tomar las maletas y volver, frustrados, a la gran metrópoli.

Todo indicaba que sería una gran paseo y así fue, después de unas buenas horas de sueño, empezó la aventura; quería hacer de mi viaje una hazaña, y por si fuera poco, como guía de turismo ya que mi amigo nunca había visitado la ciudad. Fuimos a una playa paradisíaca, claro, tuvimos que andar mucho como buenos «mochileros», esto hacía parte de la aventura y aunque quisiéramos usar los medios de transportes, era mejor no hacerlo; la pequeña flota de 18 autobuses que atiende a la ciudad, no ayudaba mucho, así que era mejor andar que esperar en la carretera, el cansancio de la espera sería peor.

Llegué a la playa y lo primero que hice fue apreciar el paisaje, luego no acomodamos y pedimos algunos aperitivos como camarones y claro, unas cervezas, el calor las pedía.
Fueron días de playa, paseos por la ciudad en las noches, restaurantes lujosos, sí claro, porque como nos hospedamos en un lugar mucho más sencillo de lo imaginado, pude darme algunos lujos, mucha comida, paseos turísticos y también fui a un centro de protección de tortugas marinas que realiza un trabajo muy laudable, ya que estos exóticos animales, hace algunos años atrás eran cazados para aprovecharse su carne, comer sus huevos, hacer peines y armazones de anteojos. Claro que además de admirar todo esto pudimos apreciar las bellezas brasileñas, aún me pregunto si es por esto que ellos dicen que Dios es brasileño.

Los días pasaron y llegó la noche de la verbena de fin de año, fue muy buena, siguiendo la tradición del país, fui hasta la playa donde reventarían los fuegos artificiales y una orquesta sinfónica a orillas de la playa daría la bienvenida al año nuevo.

Al día siguiente después de una buena juerga de verano, dormí hasta el mediodía, para después alistar las maletas para el regreso; ya me había hecho la idea de que habría mucho tránsito al regreso y por eso pensé que la lectura de mi nuevo e interesante libro amenizaría el tedio del largo viaje, pero lo que nunca me imaginé es que 4 horas normales de viaje se trasformarían en 11 horas de viaje. En ese momento pensé que no hay mejor hábito que el de la lectura.

Valió la pena la aventura.