domingo, 26 de julio de 2009

Boletín 8

«Separaciones»
Hay personas que sufren por causa de las separaciones, otras, mucho menos comunes, se alegran por esta situación. Realmente una separación es siempre un alivio. Y algunos luego encuentran la llamada «soledad magnífica», como dijo Freud. Pero no soy este tipo de persona y, para los hombres comunes, la separación es muy dolorosa.

El asunto no me es raro porque ya hice una película sobre este asunto y también ya tuve cinco matrimonios y cinco separaciones. Sin embargo, no tengo mucho que decir sobre el tema. Existen cosas que son así, mientras más se viven o más se piensan, más obscuras quedan.

En mi primera separación, tenía unos veinte y pico años. Su nombre era Eliana. Me desarmé tanto que no podía ni salir a la calle, imaginaba que los edificios se me venían encima. También recuerdo que fue en esa época que descubrí el psicoanálisis y luego el alcohol. En la bohemia, en el tiempo sin el tiempo de la bohemia, siempre buscaba el Amor. Me quebré la mano al dar un puñetazo en la pared y fui a la sesión de psicoanálisis a tocar una flauta de plástico que alguien me dio, con la mano enyesada. Quiere decir que, sufrí mucho.

En mi segunda separación también sufrí. Tuve tres enamoradas al mismo tiempo, y no se me paraba con ninguna de las tres. Se llamaba Leila. En vez de tocar la flauta, hice una película, «Todas las Mujeres del Mundo». Les digo lo siguiente: los períodos de separación por lo general, son altamente productivos.

Mi tercera separación, Nazareth, yo tenía unos cuarenta años y algo más, sufrí mucho y no le vi ninguna gracia a todo eso. Yo estaba sin dinero y me la pasaba entre pasillos de bancos postergando pagarés, parcelando deudas y movido a base de anfetaminas. En aquella época eran vendidas como remedio para adelgazar.

Mi cuarto matrimonio, Lenita, duró diez años y tuve con ella a Maria Mariana, mi hija. En la cuarta separación tenía casi cincuenta años, tuve pocas enamoradas, pocas pero buenas.

Hasta que hace veintiocho años, me casé con Priscilla, una adorable criatura que me acompaña hasta hoy. Al octavo o décimo año de matrimonio, estuvimos un año separados. Si ya me había desarmado en la primera separación, en esta ultima me desintegré, lo que quiero decir es que sufrí demasiado. Pero siempre productivamente. Esta experiencia resultó en una película, «Separaciones».

Si menciono estos datos biográficos, es apenas para intentar observar lo que hay en común entre estas cinco malditas pero necesarias transiciones. En realidad casi se puede decir que todo hombre soltero quiere estar casado, así como, todo hombre casado quiere estar soltero. No conozco ninguna pareja decente que no alimente un sólido deseo de separación. Esto hace parte de un buen matrimonio, creo yo. Al final de cuentas, el amor nos quita libertad, sin duda alguna. Lo que es algo inadmisible. Y la soledad muchas veces es muy desagradable y vacía. Finalmente, así vamos todos, amando y desamando, como carneritos a espera del corte.

La pregunta que me hago hoy con respecto a este asunto es sobre la posibilidad de amar, casarse y separarse sin sufrir. Ya me pregunté muchas veces sobre el misterio del dolor del amor. Para intentar entender el dolor del amor existen tres indagaciones sobre el amor mismo.

Primero. ¿Por qué el amor (la pasión) acaba? Infinita mientras dura, pero no dura. ¿Es por el olvido de nosotros mismos? ¿Por qué, siendo explosión, con el tiempo se atenúa? ¿Por qué, habiendo dado al amante su oportunidad de eternizarse, no tiene nada más que hacer allí?

La segunda indagación va más directo al punto: ¿Por qué nos duele tanto cuando el amor acaba? ¿Por qué es tan triste? ¿Por qué es inaceptable? ¿Ningún raciocinio o vivencia autorizó la creencia de su perennidad? ¿Por qué al final nos despedazamos? Ah, el dolor del amor. Es más que una angustia. Es una fiebre, una deshidratación. Pocas cosas son tan dolorosas como el fin de un gran amor. Tal vez ni el final de la propia vida sea tan triste. ¿Y qué es lo que duele? ¿Dónde duele? Duele por no ser más lo que era. Duele por todo lo que podría haber sido, si aún fuese, pero no será jamás. Duele la pérdida de la pasión, la única moneda cósmica que tenemos a nuestra disposición. Pero ahora, tranquilicémonos. Debe haber algún motivo objetivo para tanto dolor. Examinemos metódicamente una a una las pérdidas.

¿Qué es lo que se pierde cuando se pierde un amor? ¿Tal vez la moneda cósmica? No, no debe ser eso. Todos los hombres sufren separaciones y no todos están preocupados con los cosmos.

¿Acaso será la pérdida del objeto sexual? Tampoco debe ser eso. Hay muchas Marías para cada Juan.

¿Cualquier cosa relacionada a celos de terceros? Pero hay separaciones que no envuelven terceros, y ni por eso dejan de ser dolorosas.

Son tan poco razonables las explicaciones psicológicas, el rompimiento de la fantasía, la falta de una revolución sentimental o cualquier cosa de ese tipo. Pero tampoco es eso. Hombres maduros, estudiosos, que indudablemente sobrepasaron este tipo de acontecimiento psicológico también sufren como perros envenenados.

Profundicemos esto.

Tal vez sea el horror por la soledad, porque cuando convivimos mucho con la persona amada, perdemos totalmente la noción de cómo estamos solos en el mundo. Nuestra íntima alegría o dolor son compartidos, conquistamos un oyente interesado y perder eso, convengamos, ya es perder mucho.

Tal vez el miedo de la libertad, citando a Dostoievski, mi apreciado compañero desde la adolescencia, «No hay nada que el hombre desee más que la libertad, ni nada que sea más doloroso».

En la tercera indagación sobre el amor pregunto si éste es necesario. En la búsqueda de la verdad todas las hipótesis deben ser levantadas, hasta las inelegantes. ¿Existirá realmente un solo y único gran ser? ¿No será un hombre un animal o dos? Como intuían los antiguos griegos, un ser cuya biológica naturaleza verdadera hace parte de una unidad mayor, llamada pareja. Si la función de la hipótesis es responder paradojas, ésta es la meritoria, puesto que por lo menos explica el dolor del amor. Duele porque falta una parte, tanto como nos dolería si nos arrancasen un brazo o un ojo.

Cuando escribí el guión de la película «Separaciones» ya tenía bastante material. Recogido tanto de mi vivencia como de la de mis amigos, pero no lograba terminar la historia. Sólo pude hacerlo cuando me acordé de Kubler Roth y de sus fases por las cuales obligatoriamente pasa un enfermo terminal. Cuando me di cuenta que éstas podían coincidir con las fases de mi héroe ridículo en un período de separación, el guión quedó terminado. Sólo es posible comparar la separación de dos amantes con la muerte de un hombre. En la película mi orden es: La negación («¡No! ¡No puede ser! Es mentira, ella volverá. Fue un pelea sin importancia.»), la Negociación («Si ella vuelve a mí dejo de fumar, hago cualquier promesa, nunca más seré un mujeriego»), la Revuelta («Quiero matarte, pedazo de puta!») y la Aceptación, que es cuando se busca otra enamorada. O entonces a lo mejor ella vuelve. Observe que me tomé cierta libertad con Kubler Roth. Invierto el orden que es: La negación, la Revuelta, la Negociación, la Depresión y la Aceptación. Y doy por sobrentendida la fase de la depresión.

Bien, espero que quien aún no vio la película, pueda verla. Es muy gracioso ver a aquel hombre arrastrándose por el suelo, haciendo todos los ridículos posibles para recuperar a la mujer amada.

Hoy tengo 72 años, continúo queriendo separarme de Priscilla, y ella de mí naturalmente, puesto que somos normales y tengo la impresión que podríamos hacer esto alegremente sin ningún tipo de celos y sin ningún tipo de dolor. Tengo esta exacta impresión con la misma convicción de que no creo absolutamente en ella. Me muero de miedo sólo de pensar en separarme de Priscilla. Creo, concluyendo, que es una cuestión genética. Hay hombres que nacieron para vivir solos, y ciertamente no soy uno de ellos. El verdadero arte de vivir tal vez sea intentar ser aquello que uno es. Lo que evidentemente es muy difícil.
Autor: Domingos Oliveira.
Traducción: Víctor Gonzales
Una palabra
Carlos Varela
Una palabra no dice nada
y al mismo tiempo lo esconde todo,
igual que el viento que esconde el agua
como las flores que esconde el lodo.

Una mirada no dice nada
y al mismo tiempo lo dice todo,
como la lluvia sobre tu cara
o el viejo mapa de algún tesoro.

Una verdad no dice nada
y al mismo tiempo lo esconde todo,
como una hoguera que no se apaga
como una piedra que nace polvo.

Si un día me faltas no seré nada
y al mismo tiempo lo seré todo,
porque en tus ojos están mis alas
y está la orilla donde me ahogo,
porque en tus ojos están mis alas
y está la orilla donde me ahogo.
Arequipa - 469 Aniversario
Sin palabras para decir lo que siento, mi tierra querida.